sábado, 18 de abril de 2020

Tiempo de pandemia: duelo

(Es tiempo de pandemia. Tiempo de emociones y miradas intensas. El único objetivo de estas entradas es el de satisfacer una necesidad que a veces calificaría de terapéutica. Reflexiones y opiniones que le vienen a uno a la cabeza cuando la cabeza no para)




Ya todo parece más tranquilo. Teléfono sin parar y vuelven las cosas de siempre, los motivos de consulta aplazados. Estos días pasados parecen lejanos y pienso que es el efecto de vivir entre dos mundos paralelos, los dos que empiezan a ser cotidianos aunque espero que no sea así por mucho tiempo.

Y entonces leo un nombre que ya no está aquí. Lo leo y el primer sentimiento es de desasosiego por volver a la prisa y la incertidumbre de días pasados. La familia quiere saber. Una familia que quiere saber, que no entiende, que necesita respuestas que yo no tengo. Hablo, y sobre todo, escucho. Escucho porque me doy cuenta de que es lo mejor que puedo hacer. "Aquello era un caos", me dicen, "no pudimos estar con él. Fue todo muy frío" Pienso en lo que me transmite ese tono de voz, en la lucha entre una correcta aceptación de las circunstancias y una acallada rebeldía. Una voz buscando culpables en un tiempo en el que todos eramos posibles víctimas.

"Todavía no nos han devuelto sus objetos personales" Y  me cuenta lo duro que es eso. Y me quedo con esa frase e intento imaginar cómo tiene que ser no tener vínculo con la persona amada que ya no está. Lo etéreo de la muerte, que se convierte en una idea abstracta aplicada a un ser querido. No ha habido una mano que agarrar, un último beso, un adiós entre lágrimas. No hay siquiera un ritual de despedida, un acompañamiento de abrazos y pésames, de esos que a veces nos incomodan pero que ahora se sienten necesarios.

Recuerdo a Joan Didion contando en El año del pensamiento mágico, como un año después de la muerte de su marido, sus trajes seguían en el armario. Porque deshacerse de ellos, era como deshacerse de la posibilidad de la vuelta. Una vuelta que no iba a ser, y una realidad pendiente de ser aceptada. Camino de casa pienso en el duelo. En un duelo distinto, de pérdidas inasibles, de tiempos marcados por la premura, el miedo y la incomprensión. De culpas soterradas y aceptaciones imposibles. Queda mucho de pandemia todavía.

lunes, 6 de abril de 2020

Tiempo de pandemia: distancia

(Es tiempo de pandemia. Tiempo de emociones y miradas intensas. El único objetivo de estas entradas es el de satisfacer una necesidad que a veces calificaría de terapéutica. Reflexiones y opiniones que le vienen a uno a la cabeza cuando la cabeza no para)


Desde que comenzó el confinamiento, cuando voy a trabajar procuro aparcar un poco alejado del centro de trabajo. No a mucha distancia, nunca más de aproximadamente cien metros. A veces, al volver a casa hago lo mismo. Esa distancia, cuando termina la jornada,  la recorro despacio, disfrutando del aire fresco en la cara después de haber respirado largos ratos con la mascarilla puesta. Es la distancia que mas disfruto.

Hay otras distancias que no me gustan aunque sean ahora totalmente necesarias. La que tomo cuando ausculto, la justa que me permita hacerlo bien, pero ya sin poner la mano en el hombro del paciente como hacía algunas veces para intentar rebajar la tensión del momento.  La distancia brutal que supone hablarle a alguien parapetado tras una mascarilla, una pantalla protectora, unos guantes, una bata de plástico.. Mi postura calculada, de pie, las manos entrelazadas, intentando tocar solo lo imprescindible, emitiendo sonidos que intuyo un poco distorsionados. Una forma de atención despersonalizada y por ello mismo violenta que se intenta compensar con actitud amable y empática. Convierto la palabra en mi arma más eficaz para acortar esa distancia y confío en que se intuya mi sonrisa a veces en mi mirada.

Y están las distancias que acercan. Recibo mensajes de gente con la que hacía tiempo no hablaba, el contacto con la familia es más frecuente, incluso con la familia no tan cercana. Hablamos más entre vecinos, incluso de ventana a ventana, como antes, como toda la vida. Tengo la sensación de que las puertas están más abiertas, y que la distancia social recomendada acerca al mirarnos más a los ojos.

Hoy una amiga me preguntaba como lo llevo y me preguntaba si no decaía. Lo primero que me ha venido a la cabeza ha sido "distancia emocional". Como mecanismo de defensa. La jodida distancia emocional con la que lidiamos las personas que nos dedicamos a la sanidad. Toda mi carrera profesional con la duda de cuál será la distancia justa, la apropiada, la que haga que te sientan cercano, pero que no implique que te lleves los problemas de los pacientes contigo encima. La que pueda permitirte colgar junto con la bata todo lo emocional relacionado con mi trabajo. ¿Cómo de amplia o estrecha debería de ser esa distancia ahora? ¿Cómo se hace?

domingo, 5 de abril de 2020

Tiempo de pandemia: miedo

(Es tiempo de pandemia. Tiempo de emociones y miradas intensas. El único objetivo de estas entradas es el de satisfacer una necesidad que a veces calificaría de terapéutica. Reflexiones y opiniones que le vienen a uno a la cabeza cuando la cabeza no para)




Un día de estas semanas pasadas, el pequeño, que está en la edad de los últimos años de primaria, dijo en la cena que el se reía últimamente mucho porque estaba nervioso. No se si quiso decir que tenía miedo. Supongo que a los que tenemos hijos, de una cierta edad nos asaltan dudas similares acerca de cómo estarán interiorizando todo lo que supone caos, confusión, excepcionalidad, información,...Dicen que los niños se adaptan mejor y dicen que es porque no tienen costumbre de anticipar el futuro ni de hacer tantas inferencias como hacemos los adultos.

Tiendo en general a hacer comentarios graciosos aunque espero no ser el graciosillo. Estos días  eso se acompaña con una cierta tendencia a la verborrea cuando estoy en el trabajo y en las redes sociales, ...Será que soy como mi hijo, En casa no es así. Los días que tengo que trabajar viendo pacientes con sospecha de patología COVID estoy tenso y nervioso. No se si llamarlo miedo, creo que miedo no es pero por si acaso he aprendido algunos eufemismos o algunas alternativas para llamarlo: responsabilidad por hacer bien el trabajo, por intentar tener los protocolos importantes en la cabeza, por no exponerme demasiado al riesgo. También llamo al miedo precaución por no llevarme el virus a casa, por no caer enfermo....Hay miedo en casa por momentos. Un miedo controlado. Espero que ese miedo que dicen que a veces es bueno porque hace que vayas por la vida con más cuidado.

Veo miedo en las miradas de los pacientes cuando les dices que es conveniente que vayan al hospital. El hospital ahora mismo se ha convertido en la antesala de lo peor en el imaginario popular. Aparece el reparo a ir al lugar donde te puedes contagiar, cuando la sospecha razonada es que el virus ya está dentro de quien siente miedo a ir. Sabes que no es el miedo al  ya imposible contagio el que avala esa reticencia, es otro miedo. Hay que hacer mucha pedagogía y explicar que el hospital es el lugar donde se hará una valoración más profunda que la nosotros podemos hacer. Veo miedo asociado a la fragilidad y a la soledad. Miedo en miradas de personas que habrán pasado por situaciones malas y peores pero que ahora se sienten muy indefensas. La principal medicina que podemos aportar estos días son palabras de consuelo y comprensión. Y siempre palabras de ánimo, de esas que tienen valor y no son gratuitas. En tiempos de miedo las palabras de consuelo y ánimo son de prescripción obligatoria.




jueves, 2 de abril de 2020

Tiempo de pandemia: saturación

(Es tiempo de pandemia. Tiempo de emociones y miradas intensas. El único objetivo de estas entradas es el de satisfacer una necesidad que a veces calificaría de terapéutica. Reflexiones y opiniones que le vienen a uno a la cabeza cuando la cabeza no para)



Es muy poco el instrumental con el que trabajamos estos días:  el fonendoscopio, el tensiómetro y el pulsioxímetro. Esas y los datos que nos cuentan y los signos que vemos al explorar son las herramientas con las que vamos a trabajar en una de las mayores pandemias que han ocurrido en el mundo. Siempre buscamos datos, objetivos, no sujetos a interpretación, que nos orienten en la actitud que tomar. Ahora mismo la saturación de oxígeno en sangre, que es el dato que nos da el pulsioxímetro, es una de las claves. Es la cifra que esperamos con cierta inquietud cuando lo ponemos en el dedo del paciente. Va camino de convertirse en un icono

No se cómo se mide la saturación de los equipos con los que trabajo. Uno,  el de siempre, el del centro de salud, a los que echo de menos, y otro, el del equipo de atención especifico, por el que vamos rotando, y en el que nos vamos ensamblando enfermeras, médicos y personal no sanitario, y de mantenimiento (administrativos, personal de limpieza, ertzainas, taxistas, ..) Veo siempre caras sonrientes al empezar y satisfechas al terminar. Cansancio lógico y asumido. Conversaciones de anécdotas del día y esperanza en el futuro. Quizás en el centro de salud, les noto más cansados, están trabajando mermados de personal, quizás porque no les hacemos sentir lo importante que está siendo su labor de valoración telefónica para filtrar los pacientes que necesitan atención presencial. Pero en general, el pulsioxímetro da buenas cifras.

Saturación. Tres semanas semanas confinados, aislados,  expuestos a noticias negativas un día tras otro, preocupados por el futuro personal, en la salud y en lo económico. Tiempo de convivencia sin alternativa que según pasa el tiempo más difícil se hace sobrellevar. Estos días el alimento de  la paciencia es la esperanza, la necesidad de que todo el sacrificio tiene un sentido. Defendemos del virus nuestro territorio para dejarle sin espacio vital. Pero la saturación sube y en este caso, ese dato  es negativo. Pero hay que pensar en los pulsioxímetros, en que cada buena cifra, justifica todo el esfuerzo que hacemos.

miércoles, 1 de abril de 2020

Tiempo de pandemia: Decidir

(Es tiempo de pandemia. Tiempo de emociones y miradas intensas. El único objetivo de estas entradas es el de satisfacer una necesidad que a veces calificaría de terapéutica. Reflexiones y opiniones que le vienen a uno a la cabeza cuando la cabeza no para)



Me paso el día decidiendo. Y siempre he dicho que decidir es una de las cosas que más me cuesta. Decido por teléfono. Decido escudriñando lo que las personas me dicen por teléfono. Intento valorar cuánto de dato y cuánto de interpretación hay en ello. Me gustaría que todo fuera tan fácil como cumplimentar ítems de un formulario, pero no suele ser así. Decido mirando días de evolución, permanencia de los síntomas, valorando enfermedades previas....A veces agudizo el oído intentando percibir en el tono de voz o en el discurso fluido o entrecortado un matiz que me ayude. Decido cuándo le vamos a llamar de nuevo, o si voy a indicar que tiene que ser visto presencialmente porque el teléfono ya no nos vale. Decido qué palabras justas voy a utilizar para explicarle a alguien que igual tiene el virus, pero que igual no , pero que no se preocupe, pero que lo vamos hablando, ....

Decido sudando, con cierta dificultad para respirar y con las gafas de protección empañadas. Decido si mando a alguien al hospital o no. Intento decidir con los síntomas, los signos, el tiempo de evolución y con toda la incertidumbre con la que trabajo en mi ámbito. Busco patrones de decisión que estos días se construyen, se revisan y se perfeccionan según vamos sabiendo cosas. Cosas de lo macro (estudios clínicos, ensayos, decisiones epidemiológicas o de logística ) y cosas de lo micro (las impresiones personales, los detalles y hasta los trucos para realizar mejor nuestro trabajo) Decido si puedo aguantar a un paciente en su casa y hasta cuándo aguanto, que estos días es la duda existencial. Intento dejar fuera la presión de saber que el hospital está colapsado, que no hay camas en la uci, que el enfermo y la familia quiere evitar el hospital a toda costa, los "pero yo no me encuentro tan mal" que oigo, ...Ya decido, cojo aire y voy a atender al siguiente.

Decido qué leo de todos los mensajes que me llegan, de todas las noticias que se publican. Decido cuál es el último protocolo, decido guiarme por el de mi equipo, y desecho otros aunque sean más bonitos. Decido aislarme del exceso de información porque es cierto que el exceso de información bloquea. Me quedo con las herramientas mentales necesarias e imprescindibles. Intento simplificar porque nada va a ser sencillo. Decido mis herramientas emocionales. Decido estar concentrado, cerrar la puerta a determinados pensamientos. Decido saludar con buen ánimo cuando entro a trabajar, y recordar de alguna manera a las personas con las que trabajo que somos un equipo.

Llego a casa. Decido si me tomo un agua con gas o una cerveza sin alcohol. Decido sentir que me lo he ganado.

martes, 31 de marzo de 2020

Tiempo de pandemia: Coche

(Es tiempo de pandemia. Tiempo de emociones y miradas intensas. El único objetivo de estas entradas es el de satisfacer una necesidad que a veces calificaría de terapéutica. Reflexiones y opiniones que le vienen a uno a la cabeza cuando la cabeza no para)



Cada día subo a mi cápsula espacial y me lanzo a viajar por el espacio. Mi coche es la interfaz entre el mundo confinado y el mundo esencial. Dos mundos entre los que paso los días. Por las ventanas veo el espacio vacío, personas solitarias que deambulan por la calle, generalmente con una bolsa de compras o con un perro. A veces miro a otros coches de reojo. Veo conductores con la mascarilla puesta mientras conduce. ¿Se protegerán de ellos mismos?

Me suelen parar en un control policial. A la salida o a la entrada del pueblo del que salgo o del pueblo en el que entro. Enseño con cierto orgullo la tarjeta que me abre todas las puertas y me dan ganas de guiñar el ojo en plan "estamos juntos en esto". Nunca los controles de policía me habían puesto menos nervioso.

Voy y vengo en mi espacio de descompresión. Cuando voy, anticipo, me tenso, recuerdo lo que toca hacer, y podríamos decir que algo así como rezo para que todo vaya bien. Cuando vuelvo, desparramo dentro de él mi estado de animo. Repaso la jornada, noto esa leve falta de aire que desde hace días atribuyo a la ansiedad, y según haya ido el día, me siento contento, cansado, neutro o invadido por la confusión.

Voy y vengo por alguno de los dos o tres caminos que son razonables para realizar el trayecto. Los elijo sobre la marcha. A veces tengo tentaciones de alargar el camino aprovechando mi salvoconducto y observar la ciudad vacía. Como si quisiera dejar impresa en la memoria cada detalle de lo que está pasando. Pienso que si lo hago, será algo que reste y no que sume y desecho la idea.

Mi primer día fuera de mi consulta iba al nuevo destino envuelto en una densa niebla, Solo, despacio y muy atento. Cuando me veo en esas, recuerdo esos relatos en los que alguien se ve inmerso en una niebla y al salir está en otro lugar y en otro tiempo. Salí de la niebla y seguía en este mundo y en este tiempo. Aunque todo lo demás seguía pareciendo irreal.

lunes, 30 de marzo de 2020

Tiempo de pandemia: Contagio

(Es tiempo de pandemia. Tiempo de emociones y miradas intensas. El único objetivo de estas entradas es el de satisfacer una necesidad que a veces calificaría de terapéutica. Reflexiones y opiniones que le vienen a uno a la cabeza cuando la cabeza no para)



Dos semanas de confinamiento y siguen subiendo los casos nuevos. ¿De dónde salen? ¿Son los que no hacían las medidas de autoprotección de manera adecuada? ¿Son los convivientes? ¿Quienes son los casos nuevos? ¿Por qué no paran? ¿Siguen los contagios?

Mantengo "la estructura semanal" con cierta normalidad y hoy lunes toca trabajar. Siguen dando pereza los lunes. Mi pereza hoy es más acusada porque se acompaña de intranquilidad. Mi preocupación por no contagiarme va ganando terreno. Se alterna con pensamientos a veces un poco paranoicos. ¿me habré contagiado ya y seré de los casos asintomáticos? ¿Seré mejor de lo que creo protegiéndome? ¿o es todo una cuestión de azar?

Compañeros en cuarentena que te cuentan que lo pasan mal por no estar al pie del cañón encontrándose bien. También te lo cuentan compañeros que son positivos  (otra vez la nueva taxonomía en el sistema sanitario). Y los demás desarrollando sentimientos y sensaciones encontradas respecto al deseo de no ser contagiado o viceversa. Y viceversa es lo que significa. La mente humana a veces deja hueco a razonamientos lógicos pero terribles.

Lunes y trabajo implican menos tiempo en casa y menos exposición a noticias y mensajes. Esos que también se viralizan y contagian. De momento contagian inquietud y preocupación. El paso de los días acrecienta la necesidad de que lo que se contagie sea la esperanza. O por lo menos alguna noticia que le de un poco de sentido a todo lo que se está haciendo.

domingo, 29 de marzo de 2020

Tiempo de pandemia: Trazabilidad

(Es tiempo de pandemia. Tiempo de emociones y miradas intensas. El único objetivo de estas entradas es el de satisfacer una necesidad que a veces calificaría de terapéutica. Reflexiones y opiniones que le vienen a uno a la cabeza cuando la cabeza no para)



Alguien, hace la trazabilidad de mi labor asistencial estos días. Lo sé porque he recibido un correo y una llamada en los que se me informa de número de pacientes con los que he estado en contacto y que tienen una prueba de detección de COVID positiva. Me lo dicen a efectos informativos, porque de ello, hasta el momento no se ha derivado ninguna decisión salvo la de que siga trabajando.

No sé si se hacen otras "trazabilidades", aparte de la mía, y la del virus y los contactos posibles. No sé si se hace la trazabilidad del material de protección o diagnóstico que se dice comprado y que no llega, la de las empresas de China, con las que se acuerdan estas cosas o, al menos, si se hace la trazabilidad del recorrido por las neuronas del impulso nervioso que se concreta en una decisión o declaración de las personas que dirigen ésto.

Ahora, cada vez que voy a un domicilio, con mi bata de papel, mi delantal de plástico o mi mascarilla reutilizada, siento que no estoy solo. Y no me refiero a la (imprescindible y siempre necesaria) enfermera que me acompaña. Me refiero a la sensación de que alguien en los próximos días hará una línea imaginaria que irá esquivando o no puntos rojos. Esperaré una llamada en los próximos días para que pueda actualizar mi contador.

Mientras tanto, espero no tener que quedarme mucho tiempo en casa para no ser consciente de estar expuesto a la estupidez e hipocresía que la trazabilidad de acciones y decisiones de algunos de quienes están al mando dibuja a lo largo de los días.

sábado, 28 de marzo de 2020

Tiempo de pandemia: Soledad

(Es tiempo de pandemia. Tiempo de emociones y miradas intensas. El único objetivo de estas entradas es el de satisfacer una necesidad que a veces calificaría de terapéutica. Reflexiones y opiniones que le vienen a uno a la cabeza cuando la cabeza no para)



Me estoy acostumbrando a ver la soledad. La veo en las calles vacías, sintiendo la fascinación de estar viviendo días excepcionales y siento más de una vez la atracción de alargar mi vuelta a casa pasando por las principales calles de la ciudad y observarla quieta, vacía, solitaria. No lo hago, por la prudencia y la responsabilidad del comportamiento cívico que debo tener, pero sobre todo, no lo hago por evitar la tristeza de la soledad no buscada.

Veo soledad en esas filas que esperan para entrar al supermercado, personas guardando distancia entre ellas, mirando a un lado y a otro, queriendo tender puentes con el desconocido que le precede, buscando un poco de alivio y consuelo. Recuerdo cuando acompañaba a mi madre a hacer las compras al mercado y me enfadaba porque se paraba en todas partes con las vecinas para hablar. No comprendía, y lo comprendo ahora, lo importante que es el encuentro con el otro en las costumbres tan cotidianas como esperar turno en la frutería, o en la cola del supermercado.

Soledad en las casas que visito. Matrimonios mayores, confusos, apurados porque no pueden contar con el apoyo de sus hijos ante la avalancha de información que reciben Personas mayores, que viven solas, y que se apoyan en sus cuidadores, que sin vínculo familiar, llevan a cabo un trabajo que traspasa los limites de una relación contractual.

Siento la soledad en mí. Me siento solo en mis preocupaciones porque algunas no puedo compartirlas en cualquier ámbito. Soledad en el miedo a exponerme demasiado, en la sensación de no estar a la altura, soledad en la duda cuando el protocolo no es suficiente. Soledad íntima, inevitable y efímera,  mitigada por familia, compañeros, amigos y pacientes. Cada "cuídate mucho" que oigo al otro lado del teléfono es lo que me da ánimo y lo que establece el vinculo.


viernes, 27 de marzo de 2020

Tiempo de pandemia: Prisas

(Es tiempo de pandemia. Tiempo de emociones y miradas intensas. El único objetivo de estas entradas es el de satisfacer una necesidad que a veces calificaría de terapéutica. Reflexiones y opiniones que le vienen a uno a la cabeza cuando la cabeza no para)



Hay poco tráfico estos días en la carretera. Algunos coches, camiones y furgonetas con logotipos de empresas de mantenimiento, construcción, fontanería....Estos días no tengo prisa. Como no hay atascos, salgo más tarde que nunca y llego tan pronto como acostumbraba. Llego a las rotondas donde suelo parar y ceder el paso y ahora tengo vía libre. Aun así, todos los días hay algún coche que me adelanta a bastante velocidad, como si fuera con prisas. Miro el salpicadero del coche y soy consciente de que voy despacio, como si no tuviera prisa por llegar al destino. El destino no es tan incierto como dicen. Tras mi viaje tranquilo me esperan decenas de llamadas, valoraciones clínicas, explicaciones, recomendaciones, cuidados, Voy despacio.

Y otros van con prisas. ¿Quién puede tener prisa en los días en los que todo está parado? ¿Nos quitaremos la prisa a partir de ahora? ¿Será otra la escala de valores? 

Salgo de la burbuja del mundo  y entro en el centro de salud. Dentro el tiempo no está detenido y vuelven las prisas y la premura.. Prisa por acometer las llamadas, por ir borrando nombres del ordenador, por ir comprobando que nadie está ya en lo inevitable. La lista de llamadas por hacer es engañosa,  parece que disminuye, y en algún momento de la mañana vuelve a alargarse. Como el virus que parece que no tiene prisa, hasta que llega un punto en el que todo se acelera, y lo que era
contención y vigilancia pasa a ser prisa.

Prisa porque todo termine, siendo consciente de que todavía queda. Prisa por volver a tener prisa.

sábado, 14 de marzo de 2020

Las barreras y el arte.


De todo lo visto esta semana me quedo con el momento en que un padre y su hija entraron a la consulta el otro día.
El es sordomudo, y ella hace de interprete. Tiene siete años.
En uno de los lugares que él frecuenta ha habido alguna persona con un diagnostico de infección por coronavirus. El no sabe si le han llamado o  le han notificado algo porque su deficiencia auditiva y verbal provoca que a veces se pierda llamadas. Todo ello me lo traduce Emma, la niña (de nombre ficticio).
Tras una llamada telefónica y después de una respuesta, amable, empática y resolutiva, la duda queda resuelta. No hay riesgo, Todo en orden. Entonces Emma fija su mirada en la mesa y me pregunta qué le puede pasar a ella si coge el virus. Su padre se da cuenta del momento y le dice a través de los gestos, que no llore, Ella no llora pero me mira, y por un momento, la niña deja de ser la adulta que ha sido y vuelve a ser una niña, Es una mirada con miedo, el miedo más autentico que he visto estos días. Un miedo inocente y desinteresado. Intento explicar, calmar, tranquilizar, y no se si hablarle a la niña o la adulta, No se si se tranquiliza pero desvía la mirada y me pregunta por unos post its de colores que tengo encima de la mesa. "¿Para qué sirve eso?" "Para apaciguar el miedo" pienso. Y se los regalo, Sonríe y me da las gracias varias veces y abandonan la consulta, más tranquilos de lo que han entrado.

Leo en casa La ciudad solitaria, de Olivia Laing, En el tercer capítulo habla de la soledad que puede provocar el lenguaje. Lo hace contando la historia de Andy Warhol, de su infancia, del origen de su familia eslovaca. La barrera del lenguaje que causa a veces vergüenza por sentirse excluido de la sociedad en la que vives. La barrea que incita a la soledad y la soledad que incita a vencer la barrera de la incomunicación buscando otros modos de expresarse. En el caso de Warhol fue el arte. Cuando leo me acuerdo de Emma y de su padre. Espero que en estos momentos donde los códigos y las normas sociales han cambiado radicalmente no se sientan demasiado solos e incomunicados.

Y pienso como tres mundos separados al inicio de ese momento, el sistema, la infancia y la deficiencia sensorial y física, han conseguido conectar y comunicarse. Gracias al arte de Emma, claro.