sábado, 13 de mayo de 2023

Permiso

 Volver tras ausencias prolongadas lleva implícito una solicitud de permiso. Uno sabe que no vuelve allá donde lo dejó. Se vuelve a otro lugar, con otras intenciones, en otro momento o por una necesidad diferente. Se pide permiso cuando se vuelve tras el abandono. Una nueva vuelta de un nuevo abandono. Se pide permiso y se pretende que convalide como una disculpa. 

Entrar en la historia clínica es entrar en un territorio íntimo del paciente. Miramos, ordenamos, cerramos episodios y dejamos otros abiertos. Con cada decisión vamos modelando una patobiografía. Cerramos los episodios  banales para que no ocupen sitio en la pantalla y porque suponemos que tampoco han ocupado un espacio relevante en la vida de las personas. Cerramos y dejamos abiertos, sin permiso, definiendo una imagen al abrir la historia clínca que con otras decisiones otra sería.

Nos juntamos la enfermera y yo. Miramos las historias de pacientes con patológías crónicas. Pluripatológicos los llaman. Aquellos que necesitan más atención. Aquellos que a veces no la tienen. Aquellos que consumen y consumirán recursos sanitarios en el futuro. Seguimos listas de acciones, items y establecemos objetivos. El paciente no sabe nada. Sabrá. O no. "Tener que hacer" como forma de trabajo. Sin permiso. Más allá del "tiene que" hay un precipicio por el que se  caen valores, acciones e intenciones. Se salva con el permiso como puente. El puente del "le importaría si...." Que suena a pudor, respeto y disculpa por permitirnos entrar en la intimidad de sus vidas. 

viernes, 22 de enero de 2021

Tiempo de pandemia: Vacuna

 (Es tiempo de pandemia. Tiempo de emociones y miradas intensas. El único objetivo de estas entradas es el de satisfacer una necesidad que a veces calificaría de terapéutica. Reflexiones y opiniones que le vienen a uno a la cabeza cuando la cabeza no para)



Es época de doblar curvas. Doblar curvas
hasta cerrar el círculo. Cerrar el círculo para dejar dentro  todo lo vivido. 

Espero cerrar mi círculo pronto. Cerrar para no olvidar. Dejaré dentro el recuerdo de personas que ya no están porque no supimos, porque no sabíamos, ...de caras y miradas de miedo y preocupación. Dejaré la sensación extraña de estar separado del mundo por máscaras, pantallas, batas, doble guante. Dejaré la incomodidad apenas percibida, la concentración intensa en cada dato, en cada palabra, en cada forma de respirar. 

Dejaré cada historia escuchada, la de las pérdidas, la de las curaciones, la de las secuelas. Me seguiré sintiendo depositario de cansancios, dificultades para respirar, dolores musculares. Nunca más el 37 será un número inocente, lo recordaré como la frontera que hace saltar el sistema cuando se supera. Dejaré cada ocasión en la que a través  del teléfono me han preguntado que tal estaba, qué tal estaban los míos. Recordaré cada vez que me han dado ánimos, cada vez que me han dicho gracias, cada vez que me han dicho que las llamadas (esas a las que algunos no quieren dar valor) de cualquiera del equipo les aportaban tranquilidad y que les hacía sentirse cuidados. 

Dejaré angustias y sensaciones de falta da aire. No las que provoca el virus, sino las que aparecen cuando alguien cercano se tambalea, cuando el trabajo peligra, cuando el negocio cierra. Dejaré noches ajenas sin dormir, dejaré las noticias que se decide no ver, dejaré la fragilidad. Y dejaré la convicción de creer en una medicina que tiene que acoger  tanto a los relatos como a los datos. Porque estos meses lo han sido de relatos. 

Dentro del círculo quedará el equipo, aquel en el que trabajo habitualmente y los que circunstancialmente se crearon al principio de la pandemia. Y haré extensivo el concepto de equipo a aquellos que parecían estar en la periferia pero son esenciales: personal de limpieza, taxistas, policías, servicios municipales. Dejaré dentro a mis compañeras enfermeras que han trabajado y trabajado y trabajado. Y trabajado. Y dejaré la sensación de sentirme orgullosos de esos equipos y de estar en la atención primaria, la que no tiene fotos impactantes, la que no brilla, la que siempre está ahí.

Dejaré la confusión, el sentirme perdido, el miedo de no estar a la altura, el miedo de llevar el miedo a casa, el miedo de no contagiar a los míos, el miedo a no contagiarme. Dejaré los altibajos de ánimo, la irritabilidad, la frustración, la impotencia. Dejaré los comportamientos inaceptables y los ejemplares. Me quedaré con la experiencia de haber transitado territorios de mí mismo en los que nunca antes había estado.

Y una vez cerrado el círculo con todo eso dentro, lo guardaré en un lugar en el que pueda mirarlo de vez en cuando. Intentando recordar, intentando comprender, intentando no olvidar que somos vulnerables. Intentando vivir.

Hoy ha sido un primer paso. Espero que llegue pronto a todo el mundo. 

sábado, 18 de abril de 2020

Tiempo de pandemia: duelo

(Es tiempo de pandemia. Tiempo de emociones y miradas intensas. El único objetivo de estas entradas es el de satisfacer una necesidad que a veces calificaría de terapéutica. Reflexiones y opiniones que le vienen a uno a la cabeza cuando la cabeza no para)




Ya todo parece más tranquilo. Teléfono sin parar y vuelven las cosas de siempre, los motivos de consulta aplazados. Estos días pasados parecen lejanos y pienso que es el efecto de vivir entre dos mundos paralelos, los dos que empiezan a ser cotidianos aunque espero que no sea así por mucho tiempo.

Y entonces leo un nombre que ya no está aquí. Lo leo y el primer sentimiento es de desasosiego por volver a la prisa y la incertidumbre de días pasados. La familia quiere saber. Una familia que quiere saber, que no entiende, que necesita respuestas que yo no tengo. Hablo, y sobre todo, escucho. Escucho porque me doy cuenta de que es lo mejor que puedo hacer. "Aquello era un caos", me dicen, "no pudimos estar con él. Fue todo muy frío" Pienso en lo que me transmite ese tono de voz, en la lucha entre una correcta aceptación de las circunstancias y una acallada rebeldía. Una voz buscando culpables en un tiempo en el que todos eramos posibles víctimas.

"Todavía no nos han devuelto sus objetos personales" Y  me cuenta lo duro que es eso. Y me quedo con esa frase e intento imaginar cómo tiene que ser no tener vínculo con la persona amada que ya no está. Lo etéreo de la muerte, que se convierte en una idea abstracta aplicada a un ser querido. No ha habido una mano que agarrar, un último beso, un adiós entre lágrimas. No hay siquiera un ritual de despedida, un acompañamiento de abrazos y pésames, de esos que a veces nos incomodan pero que ahora se sienten necesarios.

Recuerdo a Joan Didion contando en El año del pensamiento mágico, como un año después de la muerte de su marido, sus trajes seguían en el armario. Porque deshacerse de ellos, era como deshacerse de la posibilidad de la vuelta. Una vuelta que no iba a ser, y una realidad pendiente de ser aceptada. Camino de casa pienso en el duelo. En un duelo distinto, de pérdidas inasibles, de tiempos marcados por la premura, el miedo y la incomprensión. De culpas soterradas y aceptaciones imposibles. Queda mucho de pandemia todavía.

lunes, 6 de abril de 2020

Tiempo de pandemia: distancia

(Es tiempo de pandemia. Tiempo de emociones y miradas intensas. El único objetivo de estas entradas es el de satisfacer una necesidad que a veces calificaría de terapéutica. Reflexiones y opiniones que le vienen a uno a la cabeza cuando la cabeza no para)


Desde que comenzó el confinamiento, cuando voy a trabajar procuro aparcar un poco alejado del centro de trabajo. No a mucha distancia, nunca más de aproximadamente cien metros. A veces, al volver a casa hago lo mismo. Esa distancia, cuando termina la jornada,  la recorro despacio, disfrutando del aire fresco en la cara después de haber respirado largos ratos con la mascarilla puesta. Es la distancia que mas disfruto.

Hay otras distancias que no me gustan aunque sean ahora totalmente necesarias. La que tomo cuando ausculto, la justa que me permita hacerlo bien, pero ya sin poner la mano en el hombro del paciente como hacía algunas veces para intentar rebajar la tensión del momento.  La distancia brutal que supone hablarle a alguien parapetado tras una mascarilla, una pantalla protectora, unos guantes, una bata de plástico.. Mi postura calculada, de pie, las manos entrelazadas, intentando tocar solo lo imprescindible, emitiendo sonidos que intuyo un poco distorsionados. Una forma de atención despersonalizada y por ello mismo violenta que se intenta compensar con actitud amable y empática. Convierto la palabra en mi arma más eficaz para acortar esa distancia y confío en que se intuya mi sonrisa a veces en mi mirada.

Y están las distancias que acercan. Recibo mensajes de gente con la que hacía tiempo no hablaba, el contacto con la familia es más frecuente, incluso con la familia no tan cercana. Hablamos más entre vecinos, incluso de ventana a ventana, como antes, como toda la vida. Tengo la sensación de que las puertas están más abiertas, y que la distancia social recomendada acerca al mirarnos más a los ojos.

Hoy una amiga me preguntaba como lo llevo y me preguntaba si no decaía. Lo primero que me ha venido a la cabeza ha sido "distancia emocional". Como mecanismo de defensa. La jodida distancia emocional con la que lidiamos las personas que nos dedicamos a la sanidad. Toda mi carrera profesional con la duda de cuál será la distancia justa, la apropiada, la que haga que te sientan cercano, pero que no implique que te lleves los problemas de los pacientes contigo encima. La que pueda permitirte colgar junto con la bata todo lo emocional relacionado con mi trabajo. ¿Cómo de amplia o estrecha debería de ser esa distancia ahora? ¿Cómo se hace?

domingo, 5 de abril de 2020

Tiempo de pandemia: miedo

(Es tiempo de pandemia. Tiempo de emociones y miradas intensas. El único objetivo de estas entradas es el de satisfacer una necesidad que a veces calificaría de terapéutica. Reflexiones y opiniones que le vienen a uno a la cabeza cuando la cabeza no para)




Un día de estas semanas pasadas, el pequeño, que está en la edad de los últimos años de primaria, dijo en la cena que el se reía últimamente mucho porque estaba nervioso. No se si quiso decir que tenía miedo. Supongo que a los que tenemos hijos, de una cierta edad nos asaltan dudas similares acerca de cómo estarán interiorizando todo lo que supone caos, confusión, excepcionalidad, información,...Dicen que los niños se adaptan mejor y dicen que es porque no tienen costumbre de anticipar el futuro ni de hacer tantas inferencias como hacemos los adultos.

Tiendo en general a hacer comentarios graciosos aunque espero no ser el graciosillo. Estos días  eso se acompaña con una cierta tendencia a la verborrea cuando estoy en el trabajo y en las redes sociales, ...Será que soy como mi hijo, En casa no es así. Los días que tengo que trabajar viendo pacientes con sospecha de patología COVID estoy tenso y nervioso. No se si llamarlo miedo, creo que miedo no es pero por si acaso he aprendido algunos eufemismos o algunas alternativas para llamarlo: responsabilidad por hacer bien el trabajo, por intentar tener los protocolos importantes en la cabeza, por no exponerme demasiado al riesgo. También llamo al miedo precaución por no llevarme el virus a casa, por no caer enfermo....Hay miedo en casa por momentos. Un miedo controlado. Espero que ese miedo que dicen que a veces es bueno porque hace que vayas por la vida con más cuidado.

Veo miedo en las miradas de los pacientes cuando les dices que es conveniente que vayan al hospital. El hospital ahora mismo se ha convertido en la antesala de lo peor en el imaginario popular. Aparece el reparo a ir al lugar donde te puedes contagiar, cuando la sospecha razonada es que el virus ya está dentro de quien siente miedo a ir. Sabes que no es el miedo al  ya imposible contagio el que avala esa reticencia, es otro miedo. Hay que hacer mucha pedagogía y explicar que el hospital es el lugar donde se hará una valoración más profunda que la nosotros podemos hacer. Veo miedo asociado a la fragilidad y a la soledad. Miedo en miradas de personas que habrán pasado por situaciones malas y peores pero que ahora se sienten muy indefensas. La principal medicina que podemos aportar estos días son palabras de consuelo y comprensión. Y siempre palabras de ánimo, de esas que tienen valor y no son gratuitas. En tiempos de miedo las palabras de consuelo y ánimo son de prescripción obligatoria.




jueves, 2 de abril de 2020

Tiempo de pandemia: saturación

(Es tiempo de pandemia. Tiempo de emociones y miradas intensas. El único objetivo de estas entradas es el de satisfacer una necesidad que a veces calificaría de terapéutica. Reflexiones y opiniones que le vienen a uno a la cabeza cuando la cabeza no para)



Es muy poco el instrumental con el que trabajamos estos días:  el fonendoscopio, el tensiómetro y el pulsioxímetro. Esas y los datos que nos cuentan y los signos que vemos al explorar son las herramientas con las que vamos a trabajar en una de las mayores pandemias que han ocurrido en el mundo. Siempre buscamos datos, objetivos, no sujetos a interpretación, que nos orienten en la actitud que tomar. Ahora mismo la saturación de oxígeno en sangre, que es el dato que nos da el pulsioxímetro, es una de las claves. Es la cifra que esperamos con cierta inquietud cuando lo ponemos en el dedo del paciente. Va camino de convertirse en un icono

No se cómo se mide la saturación de los equipos con los que trabajo. Uno,  el de siempre, el del centro de salud, a los que echo de menos, y otro, el del equipo de atención especifico, por el que vamos rotando, y en el que nos vamos ensamblando enfermeras, médicos y personal no sanitario, y de mantenimiento (administrativos, personal de limpieza, ertzainas, taxistas, ..) Veo siempre caras sonrientes al empezar y satisfechas al terminar. Cansancio lógico y asumido. Conversaciones de anécdotas del día y esperanza en el futuro. Quizás en el centro de salud, les noto más cansados, están trabajando mermados de personal, quizás porque no les hacemos sentir lo importante que está siendo su labor de valoración telefónica para filtrar los pacientes que necesitan atención presencial. Pero en general, el pulsioxímetro da buenas cifras.

Saturación. Tres semanas semanas confinados, aislados,  expuestos a noticias negativas un día tras otro, preocupados por el futuro personal, en la salud y en lo económico. Tiempo de convivencia sin alternativa que según pasa el tiempo más difícil se hace sobrellevar. Estos días el alimento de  la paciencia es la esperanza, la necesidad de que todo el sacrificio tiene un sentido. Defendemos del virus nuestro territorio para dejarle sin espacio vital. Pero la saturación sube y en este caso, ese dato  es negativo. Pero hay que pensar en los pulsioxímetros, en que cada buena cifra, justifica todo el esfuerzo que hacemos.

miércoles, 1 de abril de 2020

Tiempo de pandemia: Decidir

(Es tiempo de pandemia. Tiempo de emociones y miradas intensas. El único objetivo de estas entradas es el de satisfacer una necesidad que a veces calificaría de terapéutica. Reflexiones y opiniones que le vienen a uno a la cabeza cuando la cabeza no para)



Me paso el día decidiendo. Y siempre he dicho que decidir es una de las cosas que más me cuesta. Decido por teléfono. Decido escudriñando lo que las personas me dicen por teléfono. Intento valorar cuánto de dato y cuánto de interpretación hay en ello. Me gustaría que todo fuera tan fácil como cumplimentar ítems de un formulario, pero no suele ser así. Decido mirando días de evolución, permanencia de los síntomas, valorando enfermedades previas....A veces agudizo el oído intentando percibir en el tono de voz o en el discurso fluido o entrecortado un matiz que me ayude. Decido cuándo le vamos a llamar de nuevo, o si voy a indicar que tiene que ser visto presencialmente porque el teléfono ya no nos vale. Decido qué palabras justas voy a utilizar para explicarle a alguien que igual tiene el virus, pero que igual no , pero que no se preocupe, pero que lo vamos hablando, ....

Decido sudando, con cierta dificultad para respirar y con las gafas de protección empañadas. Decido si mando a alguien al hospital o no. Intento decidir con los síntomas, los signos, el tiempo de evolución y con toda la incertidumbre con la que trabajo en mi ámbito. Busco patrones de decisión que estos días se construyen, se revisan y se perfeccionan según vamos sabiendo cosas. Cosas de lo macro (estudios clínicos, ensayos, decisiones epidemiológicas o de logística ) y cosas de lo micro (las impresiones personales, los detalles y hasta los trucos para realizar mejor nuestro trabajo) Decido si puedo aguantar a un paciente en su casa y hasta cuándo aguanto, que estos días es la duda existencial. Intento dejar fuera la presión de saber que el hospital está colapsado, que no hay camas en la uci, que el enfermo y la familia quiere evitar el hospital a toda costa, los "pero yo no me encuentro tan mal" que oigo, ...Ya decido, cojo aire y voy a atender al siguiente.

Decido qué leo de todos los mensajes que me llegan, de todas las noticias que se publican. Decido cuál es el último protocolo, decido guiarme por el de mi equipo, y desecho otros aunque sean más bonitos. Decido aislarme del exceso de información porque es cierto que el exceso de información bloquea. Me quedo con las herramientas mentales necesarias e imprescindibles. Intento simplificar porque nada va a ser sencillo. Decido mis herramientas emocionales. Decido estar concentrado, cerrar la puerta a determinados pensamientos. Decido saludar con buen ánimo cuando entro a trabajar, y recordar de alguna manera a las personas con las que trabajo que somos un equipo.

Llego a casa. Decido si me tomo un agua con gas o una cerveza sin alcohol. Decido sentir que me lo he ganado.