martes, 31 de marzo de 2020

Tiempo de pandemia: Coche

(Es tiempo de pandemia. Tiempo de emociones y miradas intensas. El único objetivo de estas entradas es el de satisfacer una necesidad que a veces calificaría de terapéutica. Reflexiones y opiniones que le vienen a uno a la cabeza cuando la cabeza no para)



Cada día subo a mi cápsula espacial y me lanzo a viajar por el espacio. Mi coche es la interfaz entre el mundo confinado y el mundo esencial. Dos mundos entre los que paso los días. Por las ventanas veo el espacio vacío, personas solitarias que deambulan por la calle, generalmente con una bolsa de compras o con un perro. A veces miro a otros coches de reojo. Veo conductores con la mascarilla puesta mientras conduce. ¿Se protegerán de ellos mismos?

Me suelen parar en un control policial. A la salida o a la entrada del pueblo del que salgo o del pueblo en el que entro. Enseño con cierto orgullo la tarjeta que me abre todas las puertas y me dan ganas de guiñar el ojo en plan "estamos juntos en esto". Nunca los controles de policía me habían puesto menos nervioso.

Voy y vengo en mi espacio de descompresión. Cuando voy, anticipo, me tenso, recuerdo lo que toca hacer, y podríamos decir que algo así como rezo para que todo vaya bien. Cuando vuelvo, desparramo dentro de él mi estado de animo. Repaso la jornada, noto esa leve falta de aire que desde hace días atribuyo a la ansiedad, y según haya ido el día, me siento contento, cansado, neutro o invadido por la confusión.

Voy y vengo por alguno de los dos o tres caminos que son razonables para realizar el trayecto. Los elijo sobre la marcha. A veces tengo tentaciones de alargar el camino aprovechando mi salvoconducto y observar la ciudad vacía. Como si quisiera dejar impresa en la memoria cada detalle de lo que está pasando. Pienso que si lo hago, será algo que reste y no que sume y desecho la idea.

Mi primer día fuera de mi consulta iba al nuevo destino envuelto en una densa niebla, Solo, despacio y muy atento. Cuando me veo en esas, recuerdo esos relatos en los que alguien se ve inmerso en una niebla y al salir está en otro lugar y en otro tiempo. Salí de la niebla y seguía en este mundo y en este tiempo. Aunque todo lo demás seguía pareciendo irreal.

lunes, 30 de marzo de 2020

Tiempo de pandemia: Contagio

(Es tiempo de pandemia. Tiempo de emociones y miradas intensas. El único objetivo de estas entradas es el de satisfacer una necesidad que a veces calificaría de terapéutica. Reflexiones y opiniones que le vienen a uno a la cabeza cuando la cabeza no para)



Dos semanas de confinamiento y siguen subiendo los casos nuevos. ¿De dónde salen? ¿Son los que no hacían las medidas de autoprotección de manera adecuada? ¿Son los convivientes? ¿Quienes son los casos nuevos? ¿Por qué no paran? ¿Siguen los contagios?

Mantengo "la estructura semanal" con cierta normalidad y hoy lunes toca trabajar. Siguen dando pereza los lunes. Mi pereza hoy es más acusada porque se acompaña de intranquilidad. Mi preocupación por no contagiarme va ganando terreno. Se alterna con pensamientos a veces un poco paranoicos. ¿me habré contagiado ya y seré de los casos asintomáticos? ¿Seré mejor de lo que creo protegiéndome? ¿o es todo una cuestión de azar?

Compañeros en cuarentena que te cuentan que lo pasan mal por no estar al pie del cañón encontrándose bien. También te lo cuentan compañeros que son positivos  (otra vez la nueva taxonomía en el sistema sanitario). Y los demás desarrollando sentimientos y sensaciones encontradas respecto al deseo de no ser contagiado o viceversa. Y viceversa es lo que significa. La mente humana a veces deja hueco a razonamientos lógicos pero terribles.

Lunes y trabajo implican menos tiempo en casa y menos exposición a noticias y mensajes. Esos que también se viralizan y contagian. De momento contagian inquietud y preocupación. El paso de los días acrecienta la necesidad de que lo que se contagie sea la esperanza. O por lo menos alguna noticia que le de un poco de sentido a todo lo que se está haciendo.

domingo, 29 de marzo de 2020

Tiempo de pandemia: Trazabilidad

(Es tiempo de pandemia. Tiempo de emociones y miradas intensas. El único objetivo de estas entradas es el de satisfacer una necesidad que a veces calificaría de terapéutica. Reflexiones y opiniones que le vienen a uno a la cabeza cuando la cabeza no para)



Alguien, hace la trazabilidad de mi labor asistencial estos días. Lo sé porque he recibido un correo y una llamada en los que se me informa de número de pacientes con los que he estado en contacto y que tienen una prueba de detección de COVID positiva. Me lo dicen a efectos informativos, porque de ello, hasta el momento no se ha derivado ninguna decisión salvo la de que siga trabajando.

No sé si se hacen otras "trazabilidades", aparte de la mía, y la del virus y los contactos posibles. No sé si se hace la trazabilidad del material de protección o diagnóstico que se dice comprado y que no llega, la de las empresas de China, con las que se acuerdan estas cosas o, al menos, si se hace la trazabilidad del recorrido por las neuronas del impulso nervioso que se concreta en una decisión o declaración de las personas que dirigen ésto.

Ahora, cada vez que voy a un domicilio, con mi bata de papel, mi delantal de plástico o mi mascarilla reutilizada, siento que no estoy solo. Y no me refiero a la (imprescindible y siempre necesaria) enfermera que me acompaña. Me refiero a la sensación de que alguien en los próximos días hará una línea imaginaria que irá esquivando o no puntos rojos. Esperaré una llamada en los próximos días para que pueda actualizar mi contador.

Mientras tanto, espero no tener que quedarme mucho tiempo en casa para no ser consciente de estar expuesto a la estupidez e hipocresía que la trazabilidad de acciones y decisiones de algunos de quienes están al mando dibuja a lo largo de los días.

sábado, 28 de marzo de 2020

Tiempo de pandemia: Soledad

(Es tiempo de pandemia. Tiempo de emociones y miradas intensas. El único objetivo de estas entradas es el de satisfacer una necesidad que a veces calificaría de terapéutica. Reflexiones y opiniones que le vienen a uno a la cabeza cuando la cabeza no para)



Me estoy acostumbrando a ver la soledad. La veo en las calles vacías, sintiendo la fascinación de estar viviendo días excepcionales y siento más de una vez la atracción de alargar mi vuelta a casa pasando por las principales calles de la ciudad y observarla quieta, vacía, solitaria. No lo hago, por la prudencia y la responsabilidad del comportamiento cívico que debo tener, pero sobre todo, no lo hago por evitar la tristeza de la soledad no buscada.

Veo soledad en esas filas que esperan para entrar al supermercado, personas guardando distancia entre ellas, mirando a un lado y a otro, queriendo tender puentes con el desconocido que le precede, buscando un poco de alivio y consuelo. Recuerdo cuando acompañaba a mi madre a hacer las compras al mercado y me enfadaba porque se paraba en todas partes con las vecinas para hablar. No comprendía, y lo comprendo ahora, lo importante que es el encuentro con el otro en las costumbres tan cotidianas como esperar turno en la frutería, o en la cola del supermercado.

Soledad en las casas que visito. Matrimonios mayores, confusos, apurados porque no pueden contar con el apoyo de sus hijos ante la avalancha de información que reciben Personas mayores, que viven solas, y que se apoyan en sus cuidadores, que sin vínculo familiar, llevan a cabo un trabajo que traspasa los limites de una relación contractual.

Siento la soledad en mí. Me siento solo en mis preocupaciones porque algunas no puedo compartirlas en cualquier ámbito. Soledad en el miedo a exponerme demasiado, en la sensación de no estar a la altura, soledad en la duda cuando el protocolo no es suficiente. Soledad íntima, inevitable y efímera,  mitigada por familia, compañeros, amigos y pacientes. Cada "cuídate mucho" que oigo al otro lado del teléfono es lo que me da ánimo y lo que establece el vinculo.


viernes, 27 de marzo de 2020

Tiempo de pandemia: Prisas

(Es tiempo de pandemia. Tiempo de emociones y miradas intensas. El único objetivo de estas entradas es el de satisfacer una necesidad que a veces calificaría de terapéutica. Reflexiones y opiniones que le vienen a uno a la cabeza cuando la cabeza no para)



Hay poco tráfico estos días en la carretera. Algunos coches, camiones y furgonetas con logotipos de empresas de mantenimiento, construcción, fontanería....Estos días no tengo prisa. Como no hay atascos, salgo más tarde que nunca y llego tan pronto como acostumbraba. Llego a las rotondas donde suelo parar y ceder el paso y ahora tengo vía libre. Aun así, todos los días hay algún coche que me adelanta a bastante velocidad, como si fuera con prisas. Miro el salpicadero del coche y soy consciente de que voy despacio, como si no tuviera prisa por llegar al destino. El destino no es tan incierto como dicen. Tras mi viaje tranquilo me esperan decenas de llamadas, valoraciones clínicas, explicaciones, recomendaciones, cuidados, Voy despacio.

Y otros van con prisas. ¿Quién puede tener prisa en los días en los que todo está parado? ¿Nos quitaremos la prisa a partir de ahora? ¿Será otra la escala de valores? 

Salgo de la burbuja del mundo  y entro en el centro de salud. Dentro el tiempo no está detenido y vuelven las prisas y la premura.. Prisa por acometer las llamadas, por ir borrando nombres del ordenador, por ir comprobando que nadie está ya en lo inevitable. La lista de llamadas por hacer es engañosa,  parece que disminuye, y en algún momento de la mañana vuelve a alargarse. Como el virus que parece que no tiene prisa, hasta que llega un punto en el que todo se acelera, y lo que era
contención y vigilancia pasa a ser prisa.

Prisa porque todo termine, siendo consciente de que todavía queda. Prisa por volver a tener prisa.

sábado, 14 de marzo de 2020

Las barreras y el arte.


De todo lo visto esta semana me quedo con el momento en que un padre y su hija entraron a la consulta el otro día.
El es sordomudo, y ella hace de interprete. Tiene siete años.
En uno de los lugares que él frecuenta ha habido alguna persona con un diagnostico de infección por coronavirus. El no sabe si le han llamado o  le han notificado algo porque su deficiencia auditiva y verbal provoca que a veces se pierda llamadas. Todo ello me lo traduce Emma, la niña (de nombre ficticio).
Tras una llamada telefónica y después de una respuesta, amable, empática y resolutiva, la duda queda resuelta. No hay riesgo, Todo en orden. Entonces Emma fija su mirada en la mesa y me pregunta qué le puede pasar a ella si coge el virus. Su padre se da cuenta del momento y le dice a través de los gestos, que no llore, Ella no llora pero me mira, y por un momento, la niña deja de ser la adulta que ha sido y vuelve a ser una niña, Es una mirada con miedo, el miedo más autentico que he visto estos días. Un miedo inocente y desinteresado. Intento explicar, calmar, tranquilizar, y no se si hablarle a la niña o la adulta, No se si se tranquiliza pero desvía la mirada y me pregunta por unos post its de colores que tengo encima de la mesa. "¿Para qué sirve eso?" "Para apaciguar el miedo" pienso. Y se los regalo, Sonríe y me da las gracias varias veces y abandonan la consulta, más tranquilos de lo que han entrado.

Leo en casa La ciudad solitaria, de Olivia Laing, En el tercer capítulo habla de la soledad que puede provocar el lenguaje. Lo hace contando la historia de Andy Warhol, de su infancia, del origen de su familia eslovaca. La barrera del lenguaje que causa a veces vergüenza por sentirse excluido de la sociedad en la que vives. La barrea que incita a la soledad y la soledad que incita a vencer la barrera de la incomunicación buscando otros modos de expresarse. En el caso de Warhol fue el arte. Cuando leo me acuerdo de Emma y de su padre. Espero que en estos momentos donde los códigos y las normas sociales han cambiado radicalmente no se sientan demasiado solos e incomunicados.

Y pienso como tres mundos separados al inicio de ese momento, el sistema, la infancia y la deficiencia sensorial y física, han conseguido conectar y comunicarse. Gracias al arte de Emma, claro.