(Es tiempo de pandemia. Tiempo de emociones y miradas intensas. El único objetivo de estas entradas es el de satisfacer una necesidad que a veces calificaría de terapéutica. Reflexiones y opiniones que le vienen a uno a la cabeza cuando la cabeza no para)

Me suelen parar en un control policial. A la salida o a la entrada del pueblo del que salgo o del pueblo en el que entro. Enseño con cierto orgullo la tarjeta que me abre todas las puertas y me dan ganas de guiñar el ojo en plan "estamos juntos en esto". Nunca los controles de policía me habían puesto menos nervioso.
Voy y vengo en mi espacio de descompresión. Cuando voy, anticipo, me tenso, recuerdo lo que toca hacer, y podríamos decir que algo así como rezo para que todo vaya bien. Cuando vuelvo, desparramo dentro de él mi estado de animo. Repaso la jornada, noto esa leve falta de aire que desde hace días atribuyo a la ansiedad, y según haya ido el día, me siento contento, cansado, neutro o invadido por la confusión.
Voy y vengo por alguno de los dos o tres caminos que son razonables para realizar el trayecto. Los elijo sobre la marcha. A veces tengo tentaciones de alargar el camino aprovechando mi salvoconducto y observar la ciudad vacía. Como si quisiera dejar impresa en la memoria cada detalle de lo que está pasando. Pienso que si lo hago, será algo que reste y no que sume y desecho la idea.
Mi primer día fuera de mi consulta iba al nuevo destino envuelto en una densa niebla, Solo, despacio y muy atento. Cuando me veo en esas, recuerdo esos relatos en los que alguien se ve inmerso en una niebla y al salir está en otro lugar y en otro tiempo. Salí de la niebla y seguía en este mundo y en este tiempo. Aunque todo lo demás seguía pareciendo irreal.