“¿Pero entonces soy o no soy hipertenso?”
Es complicado poder definir cuales son los efectos que produce un diagnóstico
en una persona. Solo me atrevo a generalizar diciendo que lo único seguro es
que no es algo inocuo. Alertaba Víctor Amat en twitter del peligro que supone asimilar la identidad de una persona a un diagnóstico y desde entonces el tema anda dando vueltas en mi cabeza.
Resulta curioso como hay “diagnósticos
identitarios” en los cuales uno “es” hipertenso, diabético, asmático, cardiópata,
bronquítico, depresivo, etc…..y otros que parecen no serlo: se “tiene”
hepatitis, artrosis, gota, cáncer,…Y cuando en algunas enfermedades utilizamos
las dos formas el significado parece no ser el mismo p.e. tener tuberculosis o
ser tuberculoso.
El riesgo de los “diagnósticos identitarios”
es el que se deriva de todo aquello que etiquetamos. Etiquetar nos permite
clasificar, nos permite un manejo más ágil de la información y comunicarnos de
un modo más estandarizado. Pero etiquetar también tiene el efecto nocivo que toda simplificación tiene: reducir
a los esquemas más simples realidades complejas, y, que aparezca cierta tendencia
al alienamiento sutil. Incluso etiquetar determina nuestra relación con la
persona en función de dicha etiqueta. Ocurre con cierta frecuencia escuchar cuando
comentamos un caso clínico aquello de “tengo un cardiópata que ha venido hoy
con dolor….” Ocurre que cuando oímos “cardiópata” ya se ha activado toda una
serie de prejuicios, experiencias previas, e ideas al respecto, y todo ello, o
en su mayoría, de modo inconsciente pero con efectos en nuestra conducta.
Hay otras consecuencias que surgen, esta
vez, en las personas diagnosticadas o etiquetadas. Convivir con un diagnóstico
es distinto a vivir diagnosticado. Esto último nos condiciona, nos limita, nos amarga,
nos define ante los demás, y puede abocar a la persona a adoptar actitudes de
rechazo frente a su enfermedad y a todo lo relacionado con ella. Y sin embargo,
es necesario en algunas patologías partir de ese diagnóstico y/o etiqueta,
porque el control adecuado de la enfermedad requiere hábitos y conductas que “empapan”
la vida de la persona involucrando a distintas esferas y capas de ésta sin posibilidad de crear
compartimentos estancos. Sirve también la asunción del diagnóstico de algunas enfermedades como una parte más de la
identidad propia para poder integrarlo en la vida cotidiana y asumir
responsabilidades y reivindicaciones que esa área de nuestra vida reclama.
Es un asunto que se presenta lleno de
paradojas y contradicciones, con muchos aspectos y recovecos por explorar.
Puede servir considerar cada diagnóstico como un traje de quita y pon que
vestimos según circunstancias y momentos. “Vestirnos con nuestro diagnóstico”
cuando sea necesario porque la situación así lo requiera y dejarlo en la percha
cuando notemos su excesivo peso sobre los hombros. Aprender cuando, dónde y
cómo hacerlo es una interesante área de trabajo.
Necesaria reflexión tanto para los médicos como para sus pacientes.
ResponderEliminarA veces es el propio paciente el que busca que se le etiquete, vivir diagnosticado.
La enfermedad crónica es la que más riesgo tiene de "envararse" en su diagnóstico y de que el paciente se identifique con ella, hasta el punto en el que puede haber incluso negación de la propia enfermedad. (El debate sobre el concepto de enfermedad que sigue en auge y más vigente que nunca.) Recordando a las personas con sordera total que se reivindican a sí mismas como portadoras de una cultura...
Gracias por dar pie a la reflexión.
Estar enfermo o ser enfermo. Vemos personas en una u otra situación y su vivencia no va paralela a la supuesta objetiva gravedad de sus patología, ni siquiera al tipo de patología. Solo me atrevo a decir lo que digo al principio de la entrada: que los diagnósticos no son inocuos. Gracias por tu interesante comentario María José!
ResponderEliminarA mí me llaman la atención muchos pacientes a tratamiento con Metformina que les preguntas:¿es usted diabético? Y responden: no.
ResponderEliminarA veces, precisamente por no etiquetar y asustar al paciente, los médicos no damos demasiada información y banalizamos enfermedades y sus riesgos.
Muy buena reflexión Iñaki.
Pilar Gallego.